Barreto: “Cumplí mi sueño de dar una casa a mi mamá y a mi abuela”
Clorinda, provincia de Formosa, fue su origen. Su vida continuó en la Villa 31, Buenos Aires, desde donde logró mudarse hace algunos meses. Sergio Barreto habló a corazón abierto con Olé sobre sus comienzos en el fútbol, el barrio, su familia, su actualidad en Independiente, su futuro a nivel selección y muchos temas más.
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Los lujos los conoció de grande. Sergio Barreto tuvo que pelearla desde abajo para ganarse todo lo que tiene. El defensor de Independiente ya había debutado en Primera y estaba afianzado en el plantel cuando aún vivía en la Villa 31 de Retiro. Checho, como lo apodan, sabe muy bien de qué se tratan los contrastes. Para él era habitual salir de las concentraciones en hoteles cinco estrellas y sumergirse en otra realidad: la de un barrio humilde, donde la vida transcurre al ritmo de la cumbia y la amabilidad de la gente trabajadora que añora un futuro mejor. Allí creció el central que hoy está teniendo muy buenos rendimientos en el rojo. Allí proyectó sus sueños con la pelota y los anhelos de rescatar a su familia. Allí, donde también asoman las sombras de la marginación en la que caen los sectores más desprotegidos de la sociedad, los más vulnerables, aquellos a los que el sistema parece haber condenado a reposar en las sombras del olvido.
La suya una conmovedora historia de lucha, resiliencia y superación. Un relato con un guión de esos que suele ofrecer el fútbol, un deporte que muchas veces representa un salvavidas. Se trata de una historia que, en definitiva, merece ser contada en la voz de su protagonista, quien construye su camino mientras la rompe en el rojo. Y para conocerla es necesario bucear en la memoria, remontarse al punto exacto en el que todo comenzó.
—¿Dónde y cuándo empezaste a soñar con ser jugador?
—Yo vivía en Hudson, partido de Berazategui. Tenía varios vecinos que jugaban en un club de barrio: Juventud Unida. Siempre me juntaba con ellos en la calle a jugar a la bolita. Un día un vecino, Adrián, me invitó al club. Le pregunté a mi abuela María para ver si me dejaba ir y me dijo que sí. Por suerte me fue bien y jugué en varias categorías: la 97, 98 y 99. Ahí arranqué y a la semana me vinieron a fichar. En un par de días me dieron un trofeo. Eso me puso contento y me entusiasmó para arrancar.
—Si no hubiese sido por el vecino que insistió y tu abuela que te dio el permiso para ir, hoy no estarías en Independiente…
—Sí, se los digo siempre. Mi abuela y mi mamá, Elsa, siempre me bancaron mucho y fueron fundamentales. Ellas me acompañaron siempre a los entrenamientos y los partidos.
—¿Siempre jugaste de zaguero?
—No, en el club de barrio yo jugaba arriba, siempre de mitad de cancha hacia adelante. Cuando me fui a probar a Independiente también arranqué en el medio, de 8. Un día un técnico me preguntó si me animaba a defender y le dije que sí. Ahí empecé a bajar: primero de lateral y después terminé de central. Fue Hipólito Ayala, un entrenador de Infantiles, el que me puso de zaguero.
—Vos empezaste bien de abajo…
-Sí, yo nací en Formosa y a los siete años me vine a Buenos Aires. Viví siete años en Hudson, en una casa prefabricada que me prestaba un vecino amigo de mi mamá. Pero después el señor quiso edificar su casa y tuvimos que salir a buscar algo. Mi abuela compró un terreno en Retiro, en la villa 31.
—¿Cuántas horas jugaban al fútbol ahí?
—He jugado en las canchitas y los potreros de ahí, pero en ese momento yo ya estaba en Independiente, entonces no me podía prender tanto en los picados porque me tenía que cuidar mucho. Yo llegué a Independiente en 2008, gracias a un técnico de Juventud Unida que me llevó a probarme a mí y a toda una camada. Estoy en el club desde Infantiles.
—¿En qué momentos empezaste a darte cuenta de que podías ser profesional?
—Al principio no tanto. Yo era compañero de Esequiel Barco y me di cuenta de que podía llegar cuando el dio el salto de Sexta a Reserva. En ese momento el técnico me dijo: “Quedate tranquilo que ya te va a tocar a vos”. Y ahí empecé a tomar dimensión de que estaba cerca. Cuando llegué a Quinta me pasaron a Reserva y en ese momento hice el click, me di cuenta de que estaba cerca y le metí todas las ganas.
—Barco, tu compañero, jugó la final de la Sudamericana en 2017 y vos en ese momento ya habías debutado, pero no viajaste a Brasil. ¿Cómo viviste ese partido?
—La final de esa Copa la vi en el barrio, en la villa en Retiro, con mi familia. A mí me había tocado debutar pocos días antes, contra Arsenal. El 2017 fue un año increíble: arranqué en Quinta, jugué cinco partidos en Reserva y, por la expulsión de Chiqui Moreira, Holan me puso de titular en ese partido en Sarandí (NdeR: El Rojo ganó 2-1 el 9 de diciembre de 2017).
—¿Cambió mucho tu vida en los últimos tiempos?
—Sí, al principio, ya estando en Primera, seguía viviendo en Retiro, un barrio muy humilde, pero en el que hay mucha buena gente. Hace poco, durante la pandemia, me pude mudar a La Boca.
—Más allá de las carencias. ¿Extrañás algo del barrio?
—Sí, porque viví casi ocho años ahí. Extraño los amigos, ir a ver los partidos que se armaban en las canchitas… Todavía sigo hablando con los chicos, mantengo el contacto. Mis dos tíos siguen viviendo ahí y a veces los voy a visitar.
—¿Es muy dura la vida ahí?
—Sí, yo creo que a uno le mencionan la palabra villa y lo primero que se le viene a la cabeza es el peligro. Pero cuando estás ahí es bastante tranquilo, llevás una vida normal. Obviamente tiene su lado malo: los robos, ves mucha droga. Eso siempre está, pero si no le das bola, podés vivir normalmente.
—¿Qué es lo que más te dolía no tener?
—Al principio, cuando nos mudamos desde Hudson, vivíamos muy encimados con mi abuela, mi mamá, mis hermanas, yo, mis primos. Las casas son muy chicas, la nuestra era de ocho metros por seis. Al principio dormíamos todos juntos, no había habitaciones y yo me acostaba en la sala. Era una casa sin divisiones, era medio complicado. Después pudimos edificar arriba y ahí pasé a tener mi habitación. Eso para mí ya era un lujo, imaginate…
—Imagino que lo más gratificante debe ser poder ayudar a tu familia…
—Sí, sin dudas. Gracias a Dios ahora que me está yendo bien cumplí mi sueño de darles una casa a mi mamá y mi abuela.
—¿Cuándo salís a la cancha pensás que estás luchando por el bienestar de tu familia?
—Sí, cuando entrás a la cancha querés jugar y que le salgan las cosas bien al equipo. Pero esto es un trabajo, y yo quiero seguir mejorando para estar bien, para colaborar con mi familia. De a poco se va a ir dando todo.
—El Moncho Monzón, que está en el cuerpo técnico tiene una historia similar a la tuya: arrancó bien de abajo y llegó a ser un central importante. ¿Hablás con él?
—Sí, siempre hablamos. Nos llevamos muy bien, tenemos charlas, jodemos bastante. Él me cuenta mucho las anécdotas que tuvo, cosas de su paso por la Selección. Me tira muchas cosas, me da consejos para que mejore. Me dice cosas que tengo que hacer, me cuenta sus vivencias y me explica cómo tengo que jugar para ser un central de Selección. Eso me lo tira siempre y trato de agarrar todos los consejos porque a él le fue muy bien.
—¿Cuál es el consejo del Moncho que más te llegó?
—Me ayudó mucho a mejorar en las marcas, me dice cómo tengo que tomar al rival, cómo ubicarme. Me pide que mire siempre y esté atento aunque nosotros tengamos la pelota. Y me pide que meta pases de zurda al lateral derecho. Me dice que eso es lo que tiene que saber hacer un jugador de Selección.
—¿Y Falcioni qué te pide?
—Falcioni tiene mucha experiencia, mucha trayectoria. El me pide que juegue fácil, que intente no tirarla tanto. Eso lo corregí bastante. Me dice: “Jugá fácil y dales la pelota a los que saben”. En la semana, cuando hacemos las rutas de pases, trabajamos bastante en los envíos largos a espaldas de los laterales, que es una herramienta muy importante.
—En el semestre pasado han jugado con línea de cinco y ahora con cuatro en el fondo. ¿A vos en qué te cambia jugar con cada sistema táctico?
—En el semestre pasado trabajamos mucho con línea de cinco. Nos funcionó muy bien, lo entrenamos durante la pretemporada. Pero más allá del esquema, siempre me sentí cómodo. Creo que al tener al Chaco Insaurralde al lado todo se hace más fácil.
—¿Cuáles son tus referentes en el puesto?
—Del fútbol argentino me gusta mucho como juega Díaz, de River. Y de afuera, Sergio Ramos, es el que más me gusta, un fenómeno. Ahora también estoy mirando mucho a Otamendi, tiene mucha garra y eso me encanta.
—¿Qué cosas de Ramos te gustaría incorporarle a tu juego?
—Me gustaría agregarle la cuota de gol, estoy trabajando en eso. Y también mejorar un poco más en cuanto al manejo de la pelota. Creo que entrenando mucho lo voy a lograr.
—Fernando Berón nos dijo que mejoraste mucho en el anticipo y que eso te permite marcar sin cometer infracciones. ¿El hecho de ser tiempista lo adquiriste a través del trabajo?
—Sí, eso te lo da la experiencia y los partidos. Todos los rivales son diferentes. Pero eso se va mejorando en la semana. Fer siempre me remarcaba lo que me faltaba y gracias a él le sumé muchas herramientas a mi juego.
—¿Te sorprendiste cuando Burruchaga te comparó con un campeón del mundo como el francés Varane?
—Sí, cuando él estaba de manager en el club siempre hablaba con Burru. A mí nunca me lo dijo, pero lo escuché. Me hizo reír. Está bueno que te comparen así, pero esos jugadores están a otro nivel y a mí todavía me falta…
—Se te nota muy serio, de perfil bajo. ¿Quién te inculcó eso?
—Mi mamá siempre me dice que sea humilde, que me dedique a entrenar y trabajar, que no le de bola a nadie. Y mis compañeros también. Los referentes de entrada me dijeron que tengo que ser así. La verdad es que no me costó porque yo siempre fui así, me gusta manejarme de esa forma. Y a los chicos que suben les digo lo mismo. Si te dedicás sólo a entrenar y mejorar, los frutos van llegando solos.
—¿Qué no le puede faltar a un buen defensor?
—Lo fundamental es ser riguroso en la marca y tener buen juego aéreo. Y hoy en día también es necesario saber salir jugando, eso influye mucho.
—Después del empate con River, Falcioni dijo que si juegan como en el primer tiempo van a estar para pelear grandes cosas. ¿Ustedes están ilusionados como la gente?
—Sí, porque el técnico nos dio una identidad de juego. A veces nos sale muy bien y en otros partidos nos cuesta sostenerla, pero puliendo algunas cosas lo vamos a poder hacer y vamos a tratar de pelear arriba siempre.
—Varios juveniles de la camada que está hoy en Primera juegan juntos desde las inferiores. ¿Eso facilitó la adaptación?
—Sí, porque ya veníamos jugando en Reserva y tuvimos un buen torneo con el Negro Gómez. Nosotros ya nos conocemos de memoria y los grandes nos aportan cosas que ya experimentaron. Tenemos un buen plantel y un buen equipo.
—¿Te ilusiona que se te mencione para la Selección de Paraguay o soñás con que algún día se de un llamado de Scaloni?
—Yo siempre trato de pensar en Independiente, en seguir jugando y mejorando. Si me llegan a llamar de Paraguay, lo analizaré. Y si suena el teléfono desde Argentina, obviamente iría contentísimo. Todavía no tramité la nacionalidad paraguaya.
—¿Qué te dice la gente de Independiente en la calle?
—Estoy disfrutando mucho de este momento. A veces me da un poco de vergüenza, pero me gusta. Suelo entrenar en el Parque Domínico ahí en Avellaneda, y la gente me saluda, me pide fotos. Me gusta ser reconocido, pero todavía me da un poco de vergüenza. Me estoy acostumbrando de a poco. El día que me pidieron la primera foto no lo podía creer, pensé que se habían equivocado. En la cancha siempre voy a tratar de devolverle a la gente todo el cariño que me está dando.
Fuente: Olé.