Civilización o fascismo
En Antropología, en un sentido pragmático, Inmanuel Kant plantea la idea de que los seres humanos tenemos una propensión innata a la sociabilidad. Esa propensión debería valer para garantizar el progreso moral de las sociedades y, sin embargo, este se encuentra amenazado por distintos tipos de resistencias que, bajo la perspectiva del filósofo alemán, dificultan su consecución. Esas resistencias reciben el nombre de pasiones.
Por pasión entiende Kant una clase especial de inclinación (apetito sensible que le sirve al sujeto de regla; un hábito), a saber: la inclinación que, a la hora de elegir, impide a la razón comparar el objeto de la misma pasión con la suma de todas las inclinaciones (a la suma de todas las inclinaciones, Kant la llama felicidad). La pasión, por tanto, es el obstáculo a la libertad. Dicho de otra forma, las pasiones ejercen sobre los sujetos una suerte de tiranía.
En su imprescindible Anatomía del fascismo, publicada en castellano por la editorial Capitán Swing, el historiador norteamericano Robert O. Paxton define este fenómeno histórico como un nacionalismo apasionado.
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Según Paxton, las pasiones movilizadoras a las que apela el fascismo integran un universo emotivo que no se hace nunca explícito porque no necesita serlo. A ello se suma una visión conspiratoria y maniquea de la historia como una batalla entre el bien y el mal, lo puro y lo corrompido; batalla que deja como víctima a la comunidad de pertenencia y como adversario eterno a un otro que recibe nombres distintos en función del contexto sociohistórico. La comunidad de pertenencia, la Nación propia, estaría bajo la amenaza de actores cuya existencia es, en sí misma, disolvente para el grupo: partidos políticos, clases sociales, minorías. De esta manera, el ecosistema democrático, habitado por una pluralidad de sujetos colectivos, se torna incompatible con el nacionalismo apasionado, con el fascismo, que busca la homogeneidad y la asimilación.
El nacionalismo apasionado, por seguir con la expresión de Paxton, no está interesado en fomentar la sociabilidad, sino la ritualización acrítica de la forma nación a través del culto a sus símbolos.
Volvamos a Kant. Imaginemos. Para el filósofo alemán, las pasiones se neutralizan cuando se adquiere autonomía moral. Ser capaces de saber elegir “bien” (integrando en nuestras deliberaciones todas las inclinaciones posibles, no dejándonos llevar por la pasión) nos hace libres y nos convierte en sujetos morales.
Nos inclinamos hacia el bien conforme intensificamos prácticas de sociabilidad a través del encuentro con el hecho cultural y artístico. No olvidemos que Kant era un señor “ilustrado”. Pero además, la sociabilidad requiere algo más que un esfuerzo intelectual, implica vivir con los otros y hacerlos nuestros interlocutores, testar con ellos lo que pensamos y compartir el mundo en común con el cual nos toca lidiar. La autonomía moral se construye sobre el juicio, que requiere de tres condiciones esenciales que son también estimuladas por la sociabilidad: pensar con independencia y capacidad crítica; pensarse en el lugar del otro a través de la comunicación (por cierto, algo imposible en redes sociales) y pensar con ambición de hacerlo coherentemente para evitar caer en actitudes antisociales.
Es evidente que tener una posición moral nos coloca en lugares incómodos. No es fácil pensar con sentido crítico, ponerse en el lugar del otro o comprometernos con la coherencia. No es sencillo aceptar la idea de que ser humano es ser moralmente consciente. Tampoco lo es comprender que, a la altura del siglo XXI, el progreso, en un sentido civilizatorio, solo puede entenderse como una forma de conciencia moral de nuestros fracasos, de nuestra falibilidad, vulnerabilidad e interdependencia. Es mucho más fácil renunciar a la autonomía moral, dejarse llevar por las pasiones y ostentar una identidad vicaria de un proyecto cimentado en universos emotivos implícitos con el cebo de la seguridad y el orden, el triunfo de la voluntad y la permanente borrachera de victoria.
El fascismo es lo fácil. Civilizarse, lo humano. Elijan.
Noelia Andanez
Socióloga