Cooperación y conflicto en la Argentina 2021
TERCER MILENIO
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Es irónico que el gobierno sufra desgaste en momentos en que el rango de los problemas económicos parece irse ajustando y el mundo recalcula y corrige hacia arriba las previsiones de crecimiento de la Argentina para el año en curso. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) , por ejemplo, viene de atribuir 0,9 por ciento más de crecimiento para Argentina en 2021 que en su pronóstico anterior, elevándolo al 4,6 por ciento. Muchos analistas consideran incluso que ese cálculo es muy conservador y vaticinan que el crecimiento estará en el orden del 7 por ciento. Ese logro, es cierto, apenas permitiría alcanzar niveles en los que el país estaba tres años atrás, pero la economía está mejorando, así sea de rebote después de haber transitado por diferentes subsuelos. La estadística registra varios meses seguidos de alza en la industria y en la construcción y, por primera vez en una serie de 65 meses, en marzo se ha contabilizado un aumento en la ocupación privada (16.000 puestos de trabajo más que en marzo del 2020).
Entretanto, el dólar sigue tranquilo, la crisis devaluatoria que algunos auguraban parece haberse disipado (al menos temporariamente). La inflación está relativamente contenida: los anuncios apocalípticos que prometían una inminente hiperinflación tuvieron que ser archivados y hasta los pronosticadores más pesimistas admiten que la inflación de 2021, aún si no se cumple el objetivo marcado en el presupuesto, será inferior a la del año pasado (si bien los rubros de mayor alza son, pese a controles y precios cuidados, los de alimentos y artículos de primera necesidad; es decir, los que más afectan a los sectores vulnerables).
La Argentina empieza a divisar una situación económica más auspiciosa. Domingo Cavallo reconoce que hay “algún ajuste fiscal y una mayor dosis de profesionalismo en el manejo”, pero atribuye el alivio a “un viento de cola monetario y cambiario que hizo que el escenario de fuerte devaluación y descontrol hiperinflacionario se aleje en el horizonte”.
El “viento de cola” al que alude Cavallo es el alza de los precios internacionales de los productos agropecuarios (y, en general, de las materias primas). Los precios de los agroalimentos (con la soja y el maíz como abanderados) están muy altos, y no coyunturalmente, ya que los sostiene la pujante demanda originada en el crecimiento de China, llamado a perdurar.
No se trata de un fenómeno pasajero: es una señal de mediano y largo plazo que implica una fuerte oportunidad para Argentina. El instrumento que esa demanda externa supone para el crecimiento del país es extremadamente significativo. Se trata de estar en condiciones de emplearlo.
Las dificultades crecen en otros terrenos, particularmente en el de la política. Lo que el país no consigue forjar es un sistema político que garantice que las condiciones favorables pasen continuadamente de la potencia al acto y que se transformen en palancas para el desarrollo social y la competitividad de empresas y personas.
Las fallas arquitectónicas que aquejan al sistema político son las que explican el derroche de oportunidades y los malos resultados que se contabilizan después de casi cuatro décadas de la democracia recuperada en 1983: retroceso económico, extensión de la pobreza y la indigencia, caída en el campo educativo, aislamiento internacional.
La amenaza del Coronavirus ofreció, en principio, un estímulo para afrontar esas fallas arquitectónicas. La pandemia y el papel que jugó el Presidente en una primera etapa, conduciendo a un conjunto más extenso que el frente oficialista y apoyándose en un discurso cooperativo y moderado, fortalecieron esa esperanza. La épica antipandemia empinó al Presidente y a Horacio Rodríguez Larreta, durante algunos meses del año último, a altas cúspides en las encuestas de opinión pública como encarnación de una política cooperativa.
Pero después las cosas se complicaron, la cuarentena que en principio se instrumentó para ganar tiempo y adecuar el sistema sanitario al desafío del virus (objetivo que se cumplió), se extendió más allá de las expectativas iniciales y las tensiones se regeneraron. Por otra parte, en el plano interno del gobierno empezó a expandirse arrolladoramente el peso K, y con él, crecieron las dificultades para la cooperación.
El sector que se identifica con la vicepresidenta desalienta el diálogo con sectores a los que considera (a veces con buenos motivos) hostiles y desconfía de los gestos cooperativos que ensayan otros exponentes de la coalición (incluido el Presidente).
Como sector dominante de la coalición oficialista, el kirchnerismo corre permanentemente el eje de prioridades del gobierno: los problemas judiciales que afectan a la ex presidenta y muchos ex funcionarios trepan en la atención de la coalición y se vuelcan sobre la gestión. La presión reclama que el Poder Ejecutivo haga suya sin cortapisas la teoría del “lawfare”, la idea de una conspiración contra los liderazgos políticos de origen popular en la que estarían complicados sectores judiciales, políticos y mediáticos y cuyas víctimas propiciatorias más distinguidas en Argentina serían los miembros de la familia Kirchner.
Más aún, pretende una reforma judicial mucho más ambiciosa que la que ha propuesto el Poder Ejecutivo, porque -como ha escrito esta semana Graciana Peñafort, colaboradora directa y dilecta de la señora de Kirchner- es virtualmente imposible reformar en serio la Justicia “con esta Corte Suprema, con esta Cámara de Casación, con las Cámaras de Apelaciones aún cooptadas, con los jueces delivery que funcionan a teléfono y con fiscales procesados y también encubiertos por el Poder Judicial”. El blanco está fijado: es la Corte. Y sucede que ese objetivo, en el que el kirchnerismo embarca al gobierno, es de realización imposible.
La autoridad del Presidente ha ido erosionándose al ritmo de esas presiones. Cuando resignó a su ministra de Justicia, Marcela Losardo, Fernández terminó de perder el control sobre la agenda judicial, que ahora queda sólo contenida por las relaciones de fuerza (institucionales o fácticas). La demorada designación del reemplazante no mejoró la situación. A Losardo se le imputaba lo que suele definirse como “falta de actitud”, es decir, insuficiente intensidad en la defensa de las reformas de la Justicia que la señora de Kirchner impulsa y, sobre todo, escasos logros en las causas que la señora sufre en los tribunales federales.
A poco más de un año de gestión, Fernández ha debido privarse de varios colaboradores que él llevó al gabinete: María Eugenia Bielsa (ex de Vivienda e Infraestructura), Ginés González García (que comandaba la campaña contra la pandemia desde el ministerio de Salud) y ahora Losardo.
Los ingenieros definen como fatiga de materiales las “modificaciones permanentes y crecientes que se producen en algún punto del material sujeto a tensiones y deformaciones fluctuantes y que puede terminar en la aparición de grietas y en una fractura completa”. Fernández va perdiendo piezas propias y también capacidad de reacción rápida. Esos signos afectan negativamente la cohesión de las fuerzas que lo apoyan.
La autoridad de Fernández se ve persistentemente erosionada por los avances del ala K en su gobierno (o los desplantes sobre su gobierno). Ese proceso incluye a su alfil económico, el ministro Martín Guzmán, encargado de las negociaciones con el FMI.
Los objetivos de agenda económica -que en el gabinete encarna Guzmán- también se ven condicionados por los reparos que inspira (o que alienta) la vicepresidenta. Mientras Guzmán acordaba en Washington con el FMI “un programa que nos permita refinanciar los u$s45.000 millones de deuda que tomó el gobierno de Juntos por el Cambio”, la señora de Kirchner declaraba que Argentina no podrá pagar si el Fondo no extiende a veinte años el plazo de repago y no se bajan sustancialmente los intereses.
Voceros informales del sector K atacaron a Fernández: “El señor presidente y el ministro Guzmán nos estuvieron engañando todo el tiempo- declaró Hebe de Bonafini- “El presidente y el ministro hicieron un acuerdo con el Fondo. El presidente dijo que iba a honrar la deuda… Señor presidente, sabe usted que la va a honrar con una gran deshonra, con el hambre de los hambrientos, ¿A qué le llama honra usted, señor presidente? ¿A ponerse de rodillas con el Fondo?”.
Cuando esta semana se supo que Fernández había contraído coronavirus, se produjo un considerable estupor, en parte motivado por una renovada perplejidad sobre las capacidades inmunitarias de las vacunas antiCovid (más allá de las marcas), pero seguramente también porque la enfermedad de Fernández sugiere el escenario eventual de un reemplazo.
Súbitamente, el rumor conjetural que varias columnas periodísticas habían amplificado pocos días antes de un alejamiento ofrecido por Fernández a la señora de Kirchner (“Si querés, me voy”) podía fortuitamente convertirse en realidad por obra del coronavirus y empujar a la cabeza del Ejecutivo, por un período indefinido, a la vicepresidenta.
Se trata de una fantasía remota, por supuesto, pero así y todo reforzó temores de algunos y también hizo vacilar y distinguir matices a muchas plumas ligeras que dan por sentado que la señora de Kirchner ya maneja plenamente el gobierno sin necesidad de formalizarlo. Es cierto que el peso de la vicepresidente y la dinámica de los sectores que se referencian en ella condicionan fuertemente y escoran el gobierno de Fernández, pero, para bien o para mal, sigue habiendo una diferencia.
Que el Frente de Todos no hubiera triunfado electoralmente (ni hubiera podido gobernar) con la señora como candidata presidencial es un dato que ella misma tuvo lúcidamente en cuenta cuando apeló a Fernández para encabezar la boleta. Ese dato sigue teniendo vigencia. La inclinación que impone el kirchnerismo al gobierno debilita al Presidente pero también a la coalición oficialista. Y el programa irrealizable que ese sector pretende que Fernández lleve adelante empuja divisiones, alienta intolerancias y promueve las condiciones de ingobernabilidad.
La realidad muestra que las principales tareas que el país tiene frente a sí (vacunar con eficiencia, encarar con inteligencia los riesgos de la pandemia y sus consecuencias, renegociar las deudas, consolidar un proceso de crecimiento y mejoramiento social, integrarse activamente al mundo) reclaman cooperación y una política de unión nacional.
Sin cambiar el faccionalismo sin cuartel por una competencia responsable y cooperativa, no habrá vacuna ni elección que vuelva al país inmune frente a la ingobernabilidad y la decadencia. Entre la polarización estéril y la disgregación exasperada la Argentina puede desperdiciar otra oportunidad.
Jorge Raventos