vivo como si me fuese a morir mañana
La escritura de Bau Yahari como fe y resistencia
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La emergencia de una nueva voz en la literatura argentina suele ser celebrada y cuando esa voz irrumpe con la madurez y la productividad del escritor formoseño Bau Yahari, la atención es obligatoria. Con 17 años, Yahari rompió el molde, navegando con destreza entre la poesía, el ensayo, la reflexión filosófica, el psicoanálisis y la expresión lírica. Desde su “Ensayo sobre la inconformidad” hasta la introspección del poemario “Este inevitable miedo a perderte”, su obra propone un diálogo inquietante sobre la condición humana.
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Bau no es solo una promesa de la literatura argentina; es una realidad en plena ebullición que redefine la velocidad de la creación. Desafía las convenciones editoriales con una productividad que solo se explica por una necesidad vital: escribir y publicar antes de que la vida misma imponga una pausa, y es por ello que hoy salió a la venta su tercer libro: “vivo como si fuese a morir mañana” (todo con minúscula), un proyecto que desplazó a todos los demás por la necesidad imperiosa de ser contado, y que nos enfrenta a la urgencia de lo existencial. Con prólogo del escritor Héctor Washington, fue editado por el Atelier Mondini, una editorial artesanal de la ciudad de Formosa. Nahuel Lemos es uno de los editores del Atelier quien bancó, apoyó e impulsó a Bau a seguir escribiendo y publicar en un formato diferente, innovando así con lo artesanal, que desde su visión complementa a sus obras. Así irrumpe además en la forma de publicación dejando atrás esa idea de asociar lo artesanal con el escritor pobre, escaso de recursos, y valorizando sobre todo el trabajo del área editorial formoseña. El libro se puede adquirir en El Globo Rojo.
En esta entrevista con Día Seis, desentrañamos la urgencia existencial detrás de su tercer libro, su giro hacia la “racionalidad de la ternura” y su misión de normalizar el arte en un mundo obsesionado con la imagen.
—¿Qué chispa o idea generó la sensación de necesidad inmediata de publicar “vivo como si me fuese a morir mañana”?
—La obra surge del enfrentamiento que uno tiene, cada tanto, con la muerte. No en un sentido pesimista, pero tampoco optimista, claro. Simplemente, la muerte empezó a hacerse más presente en mi vida. Empecé a verla, observarla, analizarla, juzgarla. Y creo que eso también tiene mucho que ver con el hecho de ser un autor tan joven. En mi caso hay tanto pelea interna como externa al publicar, no tanto desde lo editorial, sino desde un punto social: el prejuicio de que, por tener 17, estoy todavía “en desarrollo”. Siempre se apostó por una versión futura de mí. Me pasó cuando publiqué mi primer libro, que lo tuve que hacer solo, sin el apoyo de prácticamente nadie. Junté todos los ahorros de mi vida y así pude darme el gusto de publicar. Nadie estuvo ahí para acompañarme, y eso se volvió una constante: enfrentar la falta de apoyo en contraposición con mi deseo de producir. Hoy llevo ya escritos unos 5 libros, que paso por correcciones y revisiones antes de publicar. A menudo alguien me dice que ya tengo material para varios años, pero yo no soy de esperar. Me da igual la cuestión editorial, quién me lea o no, si es un éxito o no. Quiero publicar todos mis libros porque representan la voz que tengo hoy, no la del Bau Yahari de veinte años. Ese Bauti tendrá su propia voz, su propio espacio. Esta es la voz del Bau Yahari de 17, y eso tiene un valor enorme para mí. Contra todo pronóstico, siempre publico, porque pienso “¿y si muero mañana?” ¿Y si guardo estas obras para dentro de 2 años y no llego a verlas publicadas? Uno nunca sabe. Por eso no me gusta postergar. Ese impulso está en el título mismo: vivo como si me fuese a morir mañana. Es una forma de resistencia frente a la burocracia y la conformidad que veo alrededor. Yo no pertenezco a eso. El arte, para mí, nace justamente de esa necesidad de resistir, de protestar.
—¿Escribir “vivo como si me fuese a morir mañana” fue un acto más de supervivencia que de creación literaria? ¿Hubo un temor real de que esos textos caducaran si no los publicabas de inmediato?
—Por supuesto, escribir es un modo de vivir, un modo de seguir viviendo en realidad. Y esa supervivencia en el plano real es lo que también subyace en el arte, en las creaciones literarias y demás. Por eso el arte siempre va ligado al artista, y el artista al arte. No podemos entenderlos por separado, porque cada obra representa un conflicto interno del autor. No sé si había un temor de que esos textos caducaran, pero más fue el deseo de publicarlos como una forma de registro. Quería verlos en físico, palparlos, compartirlos. Por supuesto que podría crear una obra y publicarla meses o años después -de hecho, es lo que hice con Este inevitable miedo a perderte- porque la mayoría de mis cuentos ya estaban escritos hace un tiempo. Pero no me gusta que ese tiempo se extienda demasiado, sobre todo cuando los textos se van acumulando.
La sensibilidad, una constante
—¿Qué diferencia hay entre la atmósfera o el tono emocional de este nuevo libro y el de “Este inevitable miedo a perderte”, tu obra anterior más íntima?
—Más allá de los géneros —poesía por un lado y prosa por el otro— creo que la sensibilidad ya se estableció como una constante en mis obras. Escribo desde la exposición, con todo lo que eso implica. Si comparamos mi primer libro con el segundo o el tercero, sí hay una diferencia clara de atmósferas y tonos, pero hoy siento que encontré un punto medio entre la rigurosidad teórica y la irracionalidad de la vida humana. Ese punto medio podría definirse como una racionalidad de la ternura. No se trata de una emoción desmedida ni de una escritura fría. Hay detrás un trabajo de muchos años en torno a la inteligencia emocional, y ahí la psicología tiene mucho que ver. En definitiva, se trata de una intimidad pasada por un filtro de razón. Eso me permite abordar temas que implican exposición —como el amor, la pérdida o el vínculo con el otro— pero siempre desde la conciencia y el análisis. En términos psicoanalíticos, sería el haberlo hecho cuerpo y palabra: adquirirlo.
—¿Qué significa para vos, como escritor joven y formado en teoría, habitar la vulnerabilidad a través de la escritura?
—Diría que es todo un reto. Porque no es solo el hecho de enfrentar la vulnerabilidad desde la escritura, sino que es el enfrentar la vulnerabilidad desde la escritura siendo medio adolescente. Implica estar en un plano distinto. No es lo mismo escribir con cuarenta que con diecisiete, no tanto por el texto en sí, sino por la imagen que los demás proyectan. A mí se me acusan muchas veces de ser inmaduro, de que mi escritura es una etapa, o de que escribo sobre ciertas cosas “porque soy pibe”. Considero que esas emociones que abordo nos habitan a todos; la diferencia es que pocos se atreven a admitirlo. Entonces, el libro se convierte también en una forma de mantener viva la ternura que tenemos las personas.
“Encontré fe en la escritura, fue mi salvación”
—Teniendo solo 17 años y con tres libros publicados y otros dos en curso, ¿sentís una presión por producir, o esta alta productividad es simplemente el reflejo de una necesidad de expresar tus emociones y sentimientos?
La presión por producir jamás la sentí. Diría que soy una persona algo despreocupada, eso me juega a favor. Al fin y al cabo, yo soy quien más sabe de mí, de mis libros y de mis procesos. Hay una dualidad entre gente que me pregunta cuándo se viene el próximo libro y otra que me dice que me detenga un poco. Mi escritura es literalmente una obsesión. Si un día aparezco en el top de los tres peores escritores argentinos de la historia, igual seguiría escribiendo. Porque es una compulsión, una necesidad. Publicar ya implica un compromiso con la escritura, no es suerte, es tener algo que decir. El libro es la religión que nunca pude tener. No puedo permitirme el lujo de ser creyente ni de adorar a un dios, pero encontré fe en la escritura. Fue mi salvación. Es la forma en que le rindo culto, le hago homenaje y le muestro adoración.
—¿El arte, hoy, es esencialmente un acto de resistencia?
—Publicar es una toma de posición porque implica trascender el habla cotidiana y llevarla a un conjunto de hojas de 80 gramos que funcionan como una forma de decir, que le dan mayor rigurosidad a la palabra. El arte, en cualquiera de sus ramas, es un acto de resistencia. Y también una forma de demostrar seriedad y compromiso. Es una postura que tomo, porque claro, ¿qué clase de persona de 17 años publicaría tantos libros?
—¿A qué te referís con la normalización del arte? ¿Qué papel debe jugar el joven escritor para que ese proceso suceda en nuestra cultura?
—La normalización es precisamente lo que no está habiendo. Hay cada vez más artistas que renuncian a su labor porque se ven inmersos en un mundo que ya casi no lo tiene tan presente. Lo que debemos hacer los artistas es continuar creando. Crear para mostrar que el arte sigue floreciendo, sigue vigente, e invitar a que más personas se adentren en él. Al fin y al cabo, eso es lo que nos permite cosechar nuestra alma y nuestro saber.